El siguiente fanfic ha sido traducido por el equipo de Xenacentro a partir de su original en inglés. La autora ha dado su permiso para la traducción y difusión de dicho fic en internet.
Esperamos
que disfrutes con su lectura. Si quieres darnos tu opinión, sugerir algún
fic para traducir, informarte acerca de las actividades que llevamos a
cabo o unirte a nuestro grupo de trabajo, envíanos un e-mail a xenacentro@hotmail.com.
La Magia de la Mejor Amiga
(A Best Friend's Magic)
por Advocate
DESCARGOS
DE PROPIEDAD: Los personajes
de Xena, Gabrielle, Toris, y Cyrene son propiedad de Renaissance Pictures y
MCA/Universal. Todos los derechos están reservados por sus propietarios
legales. Sólo los he tomado prestados con el propósito de entretener. No se ha
intentado cometer una infracción de derechos de autor.
GÉNERO: Este es un cuento para niños y adecuado para
todas las edades. Sin embargo, debo admitir que fue escrito específicamente
para niños muy pequeños de 4 ó 5 años. Y lo mismo ocurre en esta historia, Gabrielle
acaba de cumplir los cinco y Xena tiene siete.
DEDICACIÓN: Está dedicado a mi pequeña niña en la
trascendental ocasión de la pérdida de su primer diente. Que siempre crea en la
magia.
COMENTARIOS:
Su opinión es
bienvenida. advocate8704@yahoo.com
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―Vamoz,
Xeeeena ―susurró Gabrielle por centésima vez, asomando su cabeza
despeinada por debajo de la colcha―. ¡Nunca vendrá zi ziguez haciendo
ezo!
―No
estoy haciendo nada. Y no existe. Por eso no vendrá.
―¡Que
zí! ―protestó la pequeña rubia, haciendo sobresalir su labio inferior y
frotando sus ojos cansados con el dorso del puño―. ¿No recuerdaz lo que
dijo tu mamá cuando tú perdizte un diente? ¡Tenemoz que eztar dormidaz
para que venga!
―Entonces
vete a dormir ―susurró impacientemente Xena desde su escondite en la
esquina. ¡Dioses! ¿Por qué Gabby no podía entender que eso era como pescar? ¡Si
hablaba demasiado podía asustarlo! Naturalmente eso sería si de verdad existía,
de lo cual Xena estaba segura que no ocurría. Bueno… casi segura.
Gabrielle
cruzó los brazos sobre su pecho: ―No zin ti.
Xena
intentó levantar una ceja. Su madre siempre lo hacía, e incluso su hermano
mayor, Toris, podía hacerlo. Pero por alguna razón, ella no lo lograba.
Todavía.
La luna
plateada iluminó el rostro de Xena, y Gabrielle vio a su amiga fracasar
nuevamente.
―Buen
intento. Te eztás acercando mucho, Xe ―alentó la niñita entre risitas
nerviosas.
―De
todos modos es sólo un truco estúpido ―murmuró Xena para sí misma,
haciendo el mayor esfuerzo por ignorar a Gabrielle.
Gabrielle
sonrió a su mejor amiga. Sabía que Xena no estaba realmente enojada. Estaba
bien hacerle bromas a las mejores amigas. Esa era sólo una de las razones por
las cuales eran tan especiales.
Girando
sobre su abdomen, Gabrielle volvió a cobijarse bajo las mantas y apoyó la
barbilla sobre su puño. Trataba de esperar a que Xena finalmente fuera a la
cama antes de irse a dormir, pero sus párpados comenzaban a cerrarse y el
cuarto, oscuro en su mayor parte, se estaba volviendo borroso.
¾¿Vaz a dezperdiciar una buena fiezta de
pijamaz ezcondida en la ezquina con eze zaco? ¾preguntó
Gabrielle en voz alta, meneando la cabeza a su amiga¾. No puedez
atraparlo, Xe. ¡Ez el ratoncito Pérez! Nadie puede atraparlo. Ez mágico.
La ceja
de Xena se sacudió durante varios dramáticos segundos. Pero al final, rehusó
tercamente a elevarse. Xena avanzó gruñendo hacia Gabrielle y le arrancó la
almohada de debajo de los codos, provocando que su cabeza cayera sobre el
colchón de plumas con un golpe sordo.
¾Todavía está ahí ¾Xena señaló
hacia la cama¾. Sabía que no se me
había escabullido ¾anunció Xena orgullosa, enderezando sus
hombros.
Gabby
sonrió burlonamente.
¾Penzé que habíaz dicho que zólo loz bebéz
creían en el ratoncito Pérez.
Xena hizo
una mueca.
Los ojos
verdes y somnolientos se pusieron en blanco, y Gabrielle arrebató su almohada a
Xena, colocándola bajo su barbilla.
¾Y por zupuesto que todavía eztá ahí, tonta ¾había querido
decir “por supuesto” y “está” pero las palabras le salieron mal. Gabrielle
introdujo su lengua en el orificio donde solía habitar un diente blanco
y brillante, sintiendo los alrededores del lugar vacío. Esas palabras con “s”
iban a resultar difíciles por un tiempo¾. ¡Todavía no
noz fuimoz a dormir!
Xena dejó
escapar su frustración con una exhalación.
¾De acuerdo, cara de calabaza. Iré a la cama ¾cedió, trepando
a la alta cama y acurrucándose contra su amiga. Pero Xena dejó su saco de
arpillera vacío en la mesa de luz donde podía alcanzarlo fácilmente. Por si
acaso. Nunca estaba de más estar preparada.
Gabrielle
frunció el ceño. Un par de chicos se habían reído de ella hoy, diciéndole eso mismo. Pero estaba segura de que sólo
eran celos porque ella tendría un visitante muy especial esa
noche.
¾¿De verdad pienzaz que parezco una
calabaza? ¾preguntó finalmente a Xena, sonando un poquitín
preocupada.
¾Por supuesto que no, Gabby ¾prometió Xena
solemnemente, cruzando los dedos detrás de la espalda. Bueno, no era una
mentira. Después de todo, ¡Gabby no era anaranjada!
Gabrielle
bostezó y enrolló sus brazos alrededor de la almohada, mulliéndola un poco.
Entonces sus ojos terminaron de cerrarse.
¾¿Qué vaz a hacer con él zi lo atrapaz, Xe? ¾murmuró
suavemente, ya casi dormida.
Los ojos
azules de Xena se enfocaron hacia las esquinas más oscuras del cuarto. Quién sabe que cosas habría escondidas entre
las sombras. ¡Ningún ratoncito Pérez se
le escaparía esta noche!
–—No sé,
no he pensado aún en esa parte. Buenas noches, Gabby.
Los
suaves ronquidos de Gabrielle fueron la
respuesta.
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—Por
favor, no te disgustes Gabby —rogó Xena.
No podía pensar en algo peor que ver triste a Gabrielle.
—¡Pero
no lo entiendo! —Gabrielle respondió frenéticamente, rebuscando entre las
sábanas¾. El diente aún eztá aquí. ¡Y no hay un cuarto de denario!
—Claro
que no —Xena le dedicó una mirada impaciente¾. Te traté de decir antes que el ratoncito
Pérez no...
—Buenos días, niñas —Cyrene, la mamá de Xena las
saludó desde la puerta, meneando un tazón grande de un batido amarillo con
movimientos fuertes y rápidos. Pero
cuando Cyrene miro a Gabrielle dejó de hacerlo y la examinó con curiosidad¾. En el nombre de Elysia, ¿qué
estás haciendo, criatura?
—Buenoz díaz Czzzyrene ¾contestó Gabrielle distraídamente, esperando aún encontrar el cuarto
de denario que de algún modo se había extraviado—. Eztoy buzcando dinero
—respondió sin dejar su búsqueda.
—¿Y tú crees que hay dinero en la cama? —inquirió
Cyrene todavía medio confundida.
—Puso su
diente bajo la almohada anoche, pero el ratoncito Pérez no apareció —explicó
Xena.
Cyrene se
rió.
—¡Oh! Pensaba
que se te oía un poco diferente. Déjame
ver. —La mujer cruzó el cuarto deteniéndose junto la cama. Balanceando el tazón
sobre su cadera, tomó la barbilla de Gabrielle, subiendo la pequeña mandíbula
de la rubita hacia arriba.
Gabrielle le
dedicó a Cyrene una enorme sonrisa, mostrando orgullosa el lugar donde
anteriormente había estado su diente.
—¡Qué adorable
se te ve! —exclamó Cyrene, lanzando una sonrisa a la niña. Pero mostrándose un poco molesta, se volvió
hacia su hija¾. Xena, ¿y por
qué no me dijiste que Gabrielle había perdido un diente?
—Bueno, yo…este…yo... —tartamudeó Xena.
Sin esperar una respuesta, Cyrene le dio a su masa
de crepe otra batida y empezó a salir del cuarto para hacer el desayuno. Al llegar a la puerta miró hacia
Gabrielle.
—Estoy segura de que el ratoncito Pérez no sabía que
estabas pasando la noche en nuestra casa, cariño. Por eso no había nada bajo tu almohada esta mañana —aseguró
Cyrene a la pequeña rubia, notando que sus palabras hicieron que gruñera Xena
pero que sonriera Gabrielle feliz—. ¿Por qué no te pasas la noche aquí de nuevo?
Estoy segura de que el ratoncito Pérez no se equivocará dos noches seguidas.
Esta idea les hizo sonreír. Les encantaban las fiestas de pijamas.
Y esa noche Gabrielle fue a dormir soñando con el
ratoncito Pérez. Mientras, Xena tomaba la determinación de aguantar toda la
noche despierta para atraparlo.
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—¡No puedo creer que me quedara dormida! ¾refunfuñó Xena al limpiarse la legañas de los ojos. Estaba segura de que sólo había cerrado los
ojos durante unos instantes. Pero nunca está de más extremar precauciones en lo
que a ratoncitos encantados se refiere.
El sol del nuevo día entraba por la ventana del
cuarto, Gabrielle se encontraba enroscada en una bolita al lado de la cama, aún
roncando feliz.
Cuidadosamente, Xena levantó la esquina de la
almohada de Gabrielle llena de babas. Sus ojos se abrieron y sus labios se
fruncieron en un puchero. Con mucho cuidado, Xena buscó entre la colcha y las
sábanas, e incluso debajo de su propia almohada, para estar segura.
Pero no había ningún cuarto de denario por ningún
lado.
—¡¡¡OH NO!!!
—El diente seguía allí—. ¡Ya sabia yo que el ratoncito Pérez no era
real! —exclamó Xena en voz baja, sintiéndose un poco triste ahora que sabía que
no era real.
Ayer, Toris le había explicado que el ratoncito
Pérez no era nada más que un truco que los adultos les hacían a los niños. Le dijo a Xena que era su madre quien había
tomado el diente que cuidadosamente se encontraba bajo su almohada y lo había
reemplazado por un cuarto de denario. ¡Y eso pasaba mientras Xena dormía! Muy dentro de ella quería creer que no era
cierto. Pero Xena al ver el dientecito
blanco de Gabrielle todavía en la cama, sabía que lo que su hermano le había
dicho era verdad. ¿Por qué tuvo que tener razón esta vez Toris?
Lentamente, Xena retiró las mantas y dejó caer sus
pies descalzos sobre el piso de madera fresco. Quitándose el camisón, se puso
una túnica roja limpia, y fue en busca de su mamá. ¿Cómo pudo mamá olvidar a
Gabby? ¡Y con su primer diente!
La cara de Xena hizo una mueca. Gabrielle aun creía
en la magia y Xena repentinamente decidió que quería que siguiera así.
Gabby siempre dormía hasta tarde, por lo que habría
suficiente tiempo para conseguir el cuarto de denario de su madre y esconderlo
bajo la almohada de Gabby, antes de que ella despertara. Sólo para su mejor amiga, Xena sería el
ratoncito Pérez.
¾¿Qué estás haciendo
levantada tan temprano? ¾le
preguntó Toris desde su asiento frente al fogón. Él estaba comiendo un humeante
plato de avena, y un poco de crujiente tocino, y bebiendo un gran vaso de leche
fresca.
Oh, oh, pensó Xena. ¡El olor de comida seguramente despertará a
Gabby!
¾¿Qué haces tú
levantado tan temprano? ¾inquirió
ella sospechosamente, estrechando los ojos. Toris era la única persona que
amaba dormir incluso más que Gabby.
Toris miró sobre su tazón y contestó¾:
Hubo una emergencia anoche. Te perdiste de todo, Xe ¾dijo
emocionado¾. Mamá tuvo que ir a la casa de la viuda Ronan hace unas
horas. La viuda está muy enferma y mamá
ayudará a cuidarla. Se llevó a Lyceus… por lo de que es tan chico y eso.
Los ojos de Xena se agrandaron. ¾¿Se pondrá bien la viuda?
Toris movió la cabeza afirmativamente. ¾Mamá piensa que sí.
¾Bueno… mm… ¿cuándo
regresará? ¾Xena
cruzó los dedos de manos y pies, deseando que su hermano le dijera que en
cualquier momento.
¾Mañana o talvez pasado
mañana ¾Toris alzó su mentón
orgullosamente¾. Los vecinos nos cuidarán, pero mamá dijo que yo estaba al
cargo. ¾Él
tenía, después de todo, cerca de once años.
¡¡¡¡AHHHHH!!!!
Esto no funcionará. ¿Qué es lo que le dirá a Gabby?
¾Toris, ¿tienes algún
denario?
¾Claro, Xena ¾resopló el chico. Su hermana
siempre estaba bromeando.
¾Olvídalo ¾dijo
Xena desalentada, regresando a su dormitorio antes de que el olor del desayuno
de Toris pudiera ir hacia la parte trasera de la taberna.
Entrando en su cuarto, Xena se sentó en su cama justo
cuando la nariz de Gabby comenzaba a moverse y la pequeña niña aspiraba
profundamente.
¾Mmmm… tocino ¾Gabby murmuró somnolientamente,
su cabello sobresalía salvajemente en todas las direcciones, haciéndola lucir
como un desaliñado puercoespín. Su cara se estiró en un gigantesco bostezo¾. Hey, ¿qué hacez ya veztida, Xe? ¾Luego parpadeó, recordando
su diente. Sus brillantes ojos se
abrieron con emoción, mientras giraba sobre las rodillas para suavemente
levantar su almohada… y encontrar sólo a su diente en exactamente la misma
posición que lo había dejado la noche anterior.
¾¿Tú tomazte mi dinero? ¾Gabrielle acusó a su
amiga, con el ceño fruncido por la
confusión. ¿Qué pudo haber pasado esta vez?
¾No ¾Xena protestó
inmediatamente. ¡Ella nunca haría algo parecido!
¡OH NO! Xena
debía de tener razón. Las lágrimas
brotaron de los tiernos ojos verdes. No existe el ratoncito Pérez.
Xena sintió su estómago caer. Sin poder soportar la mirada triste de la
cara de su amiga, dijo precipitadamente¾:
Yo estuve toda la noche esperándolo.
¾Pero… pero… ¾Gabrielle soltó un respiro
de alivio. Entonces eso fue lo que pasó.
Por un rato estuvo realmente preocupada¾. ¡Xeeee!
Ze zupone que debez ir a dormir.
¿Te acuerdaz de lo que dijo tu mami?
Xena asintió.
¾Lo siento, Gabby. Debo de haberlo asustado. Puedes quedarte nuevamente a dormir aquí
esta noche, y te aseguro que esta vez yo sí me dormiré.
Gabrielle cuidadosamente levantó su diente, pensando
que éste lucía mucho mejor en su boca que en su mano. Señalando con su dedo
regordete a Xena¾: ¿Prometez que te iráz a
dormir y no trataraz de alcanzarlo?
Lo prometo ¾aseguró Xena¾. Esta noche él vendrá, Gabby. Estoy segura de eso.
Gabrielle abrazó a Xena, apretándola tan fuerte como
podía.
¾Yo zabía que tú zí creíaz en
él ¾exclamó la niña encantada. Si Xena creía en el
ratoncito, ¡entonces tenía que ser real!
Dinero. Frío y duro efectivo. Botín. Denarios. Eso es
lo que Xena necesitaba. Pero como
siempre, estaba sin blanca.
Su madre había tomado a su asno, Matilda, para ir
hacia donde la viuda. Y Xena sabía que era muy lejos para que ella pudiera ir
andando. Con sus ojos cerrados y bien
apretados, pensó… y pensó… y pensó un poco más, hasta encontrar finalmente la
solución perfecta. Únicamente tenía que
ganarse unos cuantos denarios por sí misma.
Era fuerte y buena trabajadora. Podía conseguir ese dinero y deslizarlo
bajo la almohada de Gabrielle. Creer en
cuentos mágicos hacía feliz a Gabrielle. Y Xena quería más que nada que su
amiga fuera feliz.
¾¿Qué haremoz hoy, Xe? ¾preguntó Gabrielle mientras
caminaban fuera de la taberna hacia el fresco aire de la mañana¾. Podemoz jugar con laz muñecaz ¾ofreció esperanzadoramente,
sabiendo que Xena odiaba jugar con ellas,
incluso a pesar de divertirse una vez iniciado el juego.
Xena se movió incómoda. ¾No puedo hoy, Gabby. Tengo que hacer… cosas.
¾¿Qué quierez decir con
‘cozaz’?
Xena se encogió de hombros, esperando que Gabrielle
no hiciera más preguntas.
¾Eztá bien, nada de muñecaz.
¿Qué tal zi vamoz a pezcar? ¾la
pequeña rubiecita insistió. Sabía que
Xena nunca podría resistir una oferta para ir a pescar.
La boca
de Xena se quedó abierta de la impresión. ¿Gabby ofrecía ir a pescar y ella no
podía ir? ¡Demonios!
—No
puedo, Gabby. Hum... Tengo algunas tareas que hacer.
Gabrielle
la miró sorprendida y luego triste. Xena añadió rápidamente
—Pero
vuelves a mi casa esta noche, ¿de acuerdo? No lo olvides —le recordó con
cautela.
—No lo
haré —exclamó Gabby—. En su cara se formó una feliz sonrisa. Incluso aunque
Xena fuera mayor que ella, pudiera correr mucho más rápido y supiera todas sus
tablas de multiplicar de memoria, no parecía importarle.
Todavía
eran las mejores amigas. Y cualquier cosa que pudieran hacer solas siempre era
más divertido hacerlo juntas.
—Zupongo
que vizitaré a mi tía Freda de todoz modoz —recordó Gabby—. Prometí que le ayudaría con zu labor de
punto. Te veré dezpuéz de la cena.
Con lo cual, correteó en dirección de la casa
de su tía.
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Xena
había comprobado al menos diez casas, pero en ninguna tenían trabajo para ella.
Cuando bajaba hacia el final de una calle polvorienta, se detuvo delante de una
vieja casa con un arriate debajo de la ventana delantera. El arriate era
grande, casi del tamaño de su cama y lleno de hermosas flores intensamente
coloreadas. Pero también estaba lleno de algo más. Hierbajos.
Xena
golpeó la puerta y esperó.
—¡Anda,
es Xena! —respondió una anciana mientras la puerta crujía al abrirse—. No te he visto en años. ¡No estás demasiado
alta!
—Hola
abuela —respondió Xena—. La anciana no era realmente la abuela de Xena, pero
eran tan vieja que todo el mundo la llamaba abuela. ¡Incluso otros viejos la
llamaban abuela!
—¿Qué
puedo hacer por ti? —preguntó la mujer de pelo cano mientras conducía a Xena al
interior de la casa para darle algunas galletas que aún estaban calientes en el
hogar.
Xena
explicó que buscaba algunas tareas para hacer porque tenía que ganar al menos
un cuarto de dinar. También le indicó a la abuela que su jardín necesitaba ser
escardado y ella estaba dispuesta a trabajar muy barato.
Xena le
dijo que podría hacer toda la escarda por un cuarto de denario. Pero la abuela
insistía en que dos cuartos de denario sería un precio mucho más justo. Después
de todo, era mucho trabajo. Xena atrapó la mano de la anciana y con una
sacudida firme selló su negocio. Deseosa de empezar, pues así podría encontrar
a Gabrielle e incluso podrían ir a pescar, Xena se dirigió a la puerta de la
calle y cuando estaba casi fuera de la casa, la abuela la detuvo.
—¿Dónde
vas Xena? —preguntó la anciana—. Un dedo nudoso indicaba la puerta trasera. —El
jardín está ahí detrás.
—Pero…
pero —Xena tartamudeaba mientras la conducía hacia fuera, al huerto de detrás
de la casa.
—Llámame
cuando hayas terminado, así podré inspeccionar tu trabajo —le dijo la abuela a
Xena.
Los ojos
de Xena daban vueltas y se abrieron de par en par cuando vio el jardín. ¡Era
más grande que la casa entera!
—¡Zeus!
—exclamó, y sintió un golpe sobre su trasero proveniente de la cuchara de
madera que parecía aparecer mágicamente en la mano de la abuela, no importaba
donde se encontrara o lo que estuviera haciendo. Xena se frotó el trasero,
frunciendo el ceño todo el tiempo y preguntándose si la abuela en realidad
dormía con la cuchara de madera—. Lo
siento —se disculpó tímidamente—. Esto realmente no pagará la maldición. Sobre
todo en lo que concierne a la abuela.
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El sol de
la tarde estaba en su cénit cuando, con un gruñido poderoso, Xena arrancó el
último hierbajo. Estaba mugrienta y manchada, y lo que una vez fue su túnica
brillante ahora estaba realmente sucia. Pero esto era por Gabrielle, y eso le
daba más valor.
Gabrielle
estaba de buen humor y contenta. Podía recordar todas las palabras de una
historia después de haberla oído solamente vez y era una oyente excelente. Xena
sabía que ella no era ningunas de aquellas cosas, pero eso no parecía
importarle a Gabrielle. Todavía eran las mejores amigas. Y cualquier cosa que
pudieran hacer solas siempre era más divertido hacerlo juntas.
La abuela
revisó el gran jardín con un destello de orgullo en su mirada. Xena era una
buena muchacha.
—¡Xena,
tiene un aspecto maravilloso! —elogió la anciana—. Vuelve mañana y tendrás tus dos cuartos de denario.
La
mandíbula de Xena cayó. —¡Pero abuela,
los necesito hoy!
—Lo
siento querida. ¿Olvidé mencionar que no tendría el dinero hasta mañana? —La abuela acarició la cabeza de Xena—. Xena, tengo que esperar hasta que mi hijo
venga a casa con el dinero de la venta de nuestras verduras antes de que pueda
pagarte.
—De
acuerdo —gimió Xena, tratando de no parecer demasiado decepcionada—. Era sólo
la hora de comer. Todavía tenía todo el día para ganar el dinero, incluso
aunque estuviera demasiado cansada. La próxima vez tendría que ser más cuidadosa.
El
estómago de Xena retumbó fuerte.
Acariciando
a la muchacha la mejilla, la abuela prometió a Xena un almuerzo caliente.
Después de que se lavara.
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Media docena de huevos de codorniz. Ésa era la cantidad que Xena tenía
que recolectar para poder ganarse un cuarto de denario del herrero. Estuvo
vagando alrededor de los campos detrás de la posada de su madre durante dos
horas y solamente se encontró dos nidos de codorniz. Uno contenía un huevo y el
otro dos. Si tenía suerte, el próximo nido que encontrara contendría tres y aún
le quedaría tiempo para ir de pesca.
Los brazos de Xena ardían por culpa de las picaduras de mosquito que
obtuvo en su salvaje paso a través de los altos pastos. Justo cuando estaba
rascándose con ganas vio algo en la periferia de su visión. ¡Era una codorniz!
Desafortunadamente, el ave estaba en su nido.
Xena caminó hasta detenerse justo en frente del nido. La niñita puso su
cara más seria, deseando que la maldita ceja se levantara ¡al menos una vez!
¾Muévete ¾le ordenó al ave.
La codorniz simplemente la miró, sin mover ni una pluma.
Xena corrió hasta el ave y gritó tan fuerte como pudo.
¾Bú. ¾Nada.
¾¡¡¡BUÚ BUÚ BUÚ BUÚ
BUÚ!!! ¾menos
aún sucedió algo.
¾Muévete ¾demandó Xena nuevamente, sacó la barbilla y apuntó un dedo
irritadamente a la terquísima ave. Una vez más, el pájaro simplemente se le
quedó mirando con sus enojados ojos oscuros. No se quiso mover.
¾Por favor ¾añadió
Xena finalmente con tristeza y comenzó a quedarse sin ideas¾,
no me obligues a sacar esos huevos de debajo de ti ¾gruñó
la pequeña niña, tratando se sonar como su madre. Pero eso tampoco funcionó.
Xena estaba a punto de rendirse y buscar otro nido cuando la codorniz
pareció cambiar de idea. Xena sonrió ampliamente cuando la regordeta ave saltó
fuera de su nido. Simplemente supo que ella y Gabrielle terminarían en poco
tiempo. Pero su sonrisa desapareció cuando el pájaro avanzó acercándose a
ella... sin detenerse.
Después, sin previo aviso, la mamá pájaro se lanzó contra Xena,
enredando sus patas en el oscuro cabello de Xena y aleteando salvajemente las
alas. Xena comenzó a gritar y a girar en círculos mientras la codorniz
continuaba aleteando y picoteándola.
No le agradaba el hecho de que Xena decidiera molestar su nido.
El corazón de Xena latía tan salvajemente que ni siquiera oyó el ajeo de
la enojada ave. ¡Ni la niña ni la codorniz habían estado tan asustadas en toda
su vida!
Finalmente, sin dejar de chillar, Xena pudo desenredar su pelo del ave,
tirando al infeliz pájaro al suelo.
Xena miró a la cansada ave, concentrándose con todo su voluntad para
lanzarle al pájaro su más intimidante y fiera mirada. Entonces sucedió. Esa
delgada y oscura ceja se movió una vez repentinamente antes de formar el más
asombroso e innegablemente aterrador arco.
El ave tragó saliva de forma audible e inmediatamente voló a lo lejos.
La codorniz se dio cuenta de que probablemente no era una buena idea
enfrentarse con esta pequeña humana en especial.
Xena cuadró los hombros y sacó orgullosamente el pecho. Gabrielle tenía
razón. Si continuaba intentándolo con tesón durante un tiempo, ¡lograría
cualquier cosa!
Una vez que el ave se perdió de vista, Xena fue tras el nido. Para su
delicia, apretados pulcramente, había tres grandes huevos de codorniz. Con
cuidado, Xena añadió los huevos a su canasta, contándolos una vez más para
asegurarse de que tenía seis.
Sí, los tenía.
Sonriendo, Xena regresó al pueblo. Se sintió sorprendentemente bien
considerando que estaba sucia, con picaduras de insectos, quemada por el sol,
cansada y arañada por una codorniz. Aún así, tendría un cuarto de denario y eso
era lo más importante.
¾¡Xeeeennnnnnaaa!
Xena giró la cabeza hacia el sonido de su nombre al ser llamada. ¡No! No
podía ver a Gabby ahora. ¡Aún no le había dado al herrero los huevos de
codorniz! Xena se escondió detrás de una carreta cuando Gabby pasó caminando y
gritando su nombre.
¾Habría
jurado que la
había vizto ¾se
dijo a sí misma Gabrielle mientras rascaba su mandíbula¾.
¡Ohhhh, pan de nuez!
¾¡Fiu! ¾Xena salió de detrás de la
carreta justo cuando Gabrielle se metía en la panadería para ver cómo
fabricaban su postre predilecto.
Desafortunadamente, mientras Xena intentaba escurrirse para pasar por la
puerta de la panadería, Gabrielle vio a su amiga a través de la ventana de la
tienda y corrió a su encuentro.
¡Oh, oh! Xena trató de regresar a su escondite antes de que Gabrielle
pudiera verla, logrando así que su pie resbalara. Agitando violentamente el
brazo que no llevaba cargando la canasta, trató de mantener el equilibrio pero
ya estaba cayendo.
¡PUMP! ¡CRASH!
Xena bajó la mirada a su, anteriormente, roja túnica, la cual estaba
ahora cubierta con chorreantes huevos batidos.
¾Hola Xe ¾saludó Gabrielle
alegremente, encontrando a su amiga tirada en el suelo. Después miró
atentamente las ropas de Xena.
¾¡Oye! ¡¿Qué te pazó?!
Xena
abrió la boca para decirle a Gabby que había sido culpa suya. Pero se detuvo
cuando vio la preocupación genuina brillar en los ojos de la pequeña rubia.
—Sólo fui algo torpe, creo —suspiró
Xena.
Gabrielle
asintió. Xena se ensuciaba más que cualquier otra niña, o niño en realidad, que
ella hubiera conocido.
—Vamoz,
vamoz al pozo, azí te puedez lavar.
—Gabby tomó a Xena del brazo y comenzó a arrastrarla a través del
patio—. ¿Puedez venir a jugar todavía?
—No.
—Xena se encogió de hombros—. Todavía tengo otras tareas. —La niña mayor hundió
sus talones en la tierra, deteniendo a su decidida amiga—. No sé exactamente cuando terminaré así que,
para qué lavarme si me voy a ensuciar nuevamente. ¿Todavía vienes esta noche,
verdad?
—Claro
que zi tontita, ezo dije, ¿no? ¾Xena sonrió¾.
Pero, Xe ... por loz diozez... —Gabrielle sacó una ramita del pelo de su
amiga¾, ¡intenta no
zer tan zucia!
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—¡Tiene
un aspecto maravilloso, Xena! —dijo el agricultor Jonas muy feliz—. Mi corral
no ha estado así de limpio en años. —Arrugó la nariz. ¿Qué era ese olor tan
horrible?
Xena notó
al hombre olisqueando el aire. —Amm… ese olor soy yo —suspiró. Xena era la más
apestosa de toda la granja. ¡Incluyendo los cerdos!
El hombre
amable rió en silencio, dándole a Xena una cariñosa palmada sobre la espalda.
—Bueno
Xena, verdaderamente te has ganado tu dinero esta noche. —Buscando en su
cinturón abrió su bolso de cuero bien usado y sacó un cuarto de denario
brillante—. Aquí tienes. —Le dio la
moneda a Xena—. Ahora, no vas a gastar
todo esto en caramelos, ¿verdad? — el hombre le tomó el pelo, recordando que él
había una vez hecho lo misma siendo niño. El agricultor se frotó la barriga,
recordando el maravilloso dolor que aquellos caramelos le había causado.
—No,
señor —prometió Xena—. Tengo algo
especial en mente para este dinero. —Además Xena estaba segura de que Gabby iba
a comprar algo bueno con él. ¡A su amiguita le encantaba los dulces!
Asintiendo,
el agricultor Jonas llevó a Xena fuera del corral. Era casi la puesta de sol y
Xena sabía que Toris tendría pronto la cena preparada. ¡Él podría ser un
muchacho, pero Toris era un gran cocinero!
Xena se
despidió del agricultor y comenzó a caminar a la casa, tirando el cuarto de
denario de plata hacia el cielo y parándolo con la su palma mientras andaba.
Después de un lanzamiento espectacular, Xena puso la moneda en su boca y la
mordió fuerte, comprobando si era plata en realidad, de la misma forma que
había visto hacer a los hombres en la taberna.
—¡Ayyyyyyyyy!
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—¡No te
muevaz Xe, no puedo ver zi te ziguez meneando azí!
Xena
suspiró fuertemente, arregló su posición en la silla y abrió la boca nuevamente
para que Gabrielle pudiese mirar adentro.
—Uau, no
penzé que todavía tuvieraz ninguno de tuz dientez de bebé —comentó la pequeña
rubia, dirigiendo su cara justamente al lugar donde el diente de Xena había
estado.
Xena trató
de contestar, pero la cabeza de Gabrielle estaba prácticamente en su boca. Así
que esperó pacientemente mientras Gabrielle satisfacía su curiosidad.
—Me
imagino que la moneda era plata de verdad, ¿eh?
—Me
imagino —Xena contestó molesta cuando Gabrielle finalmente se alejó. Ella sabía
que sólo iba comida en su boca. ¡Pero de alguna forma Xena se había olvidado!
—¿Te
duele? —la rubia preguntó con comprensión, con los ojos verdes llorosos al
pensar que su amiga podía sentir dolor
—No
—aseguró Xena valientemente—. No me
dolió.
Gabrielle
estrechó los ojos.
—¿De verdad?
¾Xena asintió. Gabrielle se subió a la cama de Xena—. ¿No vaz a poner tu diente debajo de la
almohada?
¾Nop.
¾Por favor, Xe ¾suplicó Gabby.
Los ojos de color cielo se volvieron hacia
arriba. ‘Por favor’ era lo único que
Gabby tenia que decir para hacer que Xena hiciera casi cualquier cosa.
¾Está bien, pero
como pasó antes de la cena, el ratoncito Pérez quizás no lo sepa todavía. No te sorprendas si no hay un cuarto de
denario debajo de mi almohada por la mañana.
¾Eztá bien, lo
comprendo. Pero todavía debez ponerlo
ahí debajo por zi acazo.
¾¿El tuyo está
debajo de tu almohada? ¾Xena lo revisó, sujetando la colcha bajo su barbilla. Aguantado apretadamente en su mano, fuera de
la vista, guardaba un brillante cuarto de denario.
Gabrielle apagó la vela en la mesa de noche al lado de
la cama.
¾Zí eztá ¾movió su cabeza tristemente¾. Pero ez pozible que el ratoncito Pérez ezté
muy ocupado para zaber que todavía me quedo en tu caza.
¾Vendrá, Gabby, ya
lo verás ¾afirmó Xena, observando cómo se le iban cerrando los ojos a la rubita y
su respiración se hacía profunda y estable.
Cuando estaba segura de que Gabby dormía, Xena puso
cuidadosamente su mano debajo de la almohada de Gabby y depositó el cuarto de
denario debajo de la cabeza de la niña.
Su amiga no sintió nada. Xena
bostezó. ¡No podía acordarse de haber
estado antes tan cansada! Sólo
transcurrieron unos segundos antes de que Xena pasara al mundo de los sueños.
¾¿Xe? ¾susurró Gabby tras
unos momentos en silencio¾. ¿Eztáz
dezpierta? ¾Sin oír la respuesta, Gabrielle salió de la cama y caminó hacia su
túnica, la cual estaba doblada en el ropero de Xena. Metiendo la mano en un
bolsillo pequeño, Gabrielle sacó un cuarto de denario que su tía le había dado
por ayudarla con lo que había resultado ser montañas de labor de punto.
La moneda brilló a la luz de la luna y Gabrielle la
miró por unos momentos antes de dar la vuelta a su mejor amiga. Se acordó de lo que Toris le había contado por
la tarde temprano, cuando Xena había ido a buscar leña para la estufa. Él había dicho que el ratoncito Pérez no era
real y que ni ella ni Xena iban a encontrar nada debajo de sus almohadas por la
mañana aparte de sus dientes de bebé.
Gabby sonrió y movió su cabeza de lado a lado. Toris no lo sabía todo.
Cruzó el cuarto andando de puntillas, la niña metió la
mano debajo de la almohada de Xena y deslizó su moneda en el colchón lleno de
plumas. Xena no era demasiado mayor
para creer en hadas y magia. Sólo
necesitaba ser convencida por su mejor amiga.
Depositando un beso liviano en la mejilla de Xena,
Gabrielle volvió a la cama y rápidamente entró en un sueño profundo.
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El ratoncito Pérez, que esperaba en las más ocultas
sombras del cuarto, se rió por lo bajo mientras le asomaba una sonrisa bella y
brillante. Con la velocidad de un
relámpago, que sólo un ratoncito mágico puede lograr, se metió bajo las
almohadas de Gabrielle y Xena, tomó los dientes de las niñas y los colocó con
cuidado en un saquito a su espalda, dejando, eso sí, las monedas que se habían
dado la una a la otra.
¡El ratoncito estaba contento de que Xena al fin
decidiera dormirse! ¡Esa niña era tan
testadura! Había tratado de visitar a
Gabrielle las dos últimas noches, pero cada vez que se acercaba a la cama,
comprobaba que Xena todavía estaba despierta.
Cyrene tenía toda la razón. El ratoncito Pérez sólo viene cuando estás dormida.
El ratoncillo voló así a la ventana, se paró en la
repisa y miró hacia atrás a las niñas una vez más, antes de desaparecer en la
noche. Le hubiera gustado poder estar
ahí por la mañana para ver las caras de alegría cuando descubrieran que los
ratoncitos mágicos realmente existen.
Saliendo disimuladamente por los espacios mas
pequeños, el ratoncito Pérez dejó su huella en el aire de la noche, deseando
que más personas pudieran entender lo que Xena y Gabrielle ya sabían.
Las mejores amigas logran su propia magia.
FIN
Me gustaría dar mi agradecimiento a mis lectores beta,
Medora MacD y Barbara Davies, chicas, sois las mejores.